Han pasado más de diez años desde la primera vez que compré libros usados.
Provengo de una familia sencilla de un barrio trabajador al poniente de la Ciudad de México.
Mis padres se esforzaron mucho para construir su casa, es pequeña y aunque han pasado muchos años desde que pusieron la primera piedra a su casa le hacen faltan muchos detalles.
Cuando comencé a comprar libros le pregunté a mi mamá si podría usar por un momento algún espacio de su casa para poner los libros en lo que las cosas mejoraban, me dijo que sí, que cambiaría su comedor de lugar para que yo pudiera trabajar.
En pocas semanas el espacio de la cocina se convirtió en una biblioteca con libros por aquí, libros por allá y muchas cajas repletas de libros que luego yo revisaba lenta y cuidadosamente. Y es que cuando te gustan los libros te tomas un tiempo para hojearlos, los disfrutas, aunque me falte saber tanto de tantas cosas.
Esa pequeña temporada se extendió por casi un año. La inocente travesía que comenzó con algunos pocos libros tomó por completo el comedor y la sala.
Mi mamá siempre me ofreció su espacio, incluso mi papá fue comprensivo, pero cuando me vieron llegar con dos camionetas de carga repletas hasta arriba de libros, me dijeron: Hijo nos da mucho gusto lo que estás haciendo y quizá te convenga buscar un espacio para tus libros.
Lo entendí. Al mes siguiente mudamos todos los libros a un departamento en un cuarto piso. Parecía una buena idea, pero ese no es el punto.
Siempre me apoyaron y yo quiero apoyar a los demás.